martes, 30 de septiembre de 2014



Uno siempre trata de preguntar al que supone que le dará una respuesta que le guste o por lo menos que no lo complique demasiado.








"No puedo vivir sin ti" cuando no es una metáfora, es siempre la expresión de una grave patología vincular que los terapeutas llamamos co dependencia.








Ninguna relación de pareja es un lecho de rosas o más bien todas lo son, si incluimos las espinas en la metáfora.


La culpa es un estado de disputa entre quienes somos y la idea que tenemos de cómo deberíamos ser. No queremos aceptar que sólo hacemos lo que podemos. Nadie ignora que pretender actuar siempre cómo deberíamos es una batalla perdida de antemano que consume nuestra energía y nos conduce a la amargura; y sin embargo seguimos enojandonos cuando no lo conseguimos.

Aceptar amorosamente que somos quiénes somos es un requisito indispensable para que la culpa se diluya y paradójicamente también lo es para iniciar el cambio necesario. Nada puede modificarse constructivamente sin una visión clara de la realidad y esto es imposible si nuestra percepción está teñida por la culpa y el autor reproche
La manera de cerrar la grieta no pasa, sin duda, por pedirle al otro la imposible tarea de que deje de ser quien es, sino por reconocer que cuando algo me molesta mucho en el otro, esto se relaciona con algún aspecto mío con el que tengo dificultad. Si alcanzamos a reconocer esto, nos daremos cuenta de que la pelea externa es una muestra de una pelea interna


Cuando el amor, el aprecio, la ternura o el reconocimiento no llegan de la manera, en la intensidad o en el momento en que los esperamos se instala en nosotros el miedo a no ser queribles, suficientes o valiosos. Ese miedo a sufrir se superpone a aquel otro infantil de no poder seguir sólo, con el agravante de que ya no tenemos aquella apertura ni aquella flexibilidad con la que nacimos.

Nos cerramos. Nos encapsulamos. Nos volvemos compulsivos repetidores de conductas que alguna vez fueron eficaces. Creamos estrategias para conseguir esa seguridad de la que creemos no ser merecedores. Así, por ejemplo, algunos buscan la confirmación de que son queribles a través de la aprobación constante del afuera, otros lloran o se quejan para demandar atención, muchos se dedican a someterse a lo que se espera de ellos y otros tantos, por fin, se aíslan para no enfrentarse al "la verdad" de que nadie los quiere (aunque de todas formas esperan en silencio que alguien le demuestre lo contrario)

Aprendi que la felicidad tiene mucho que ver con la aceptación y la infelicidad con la distancia entre las expectativas y el camino que toma la vida.

Aprendí que la vida nunca responde a todos nuestros deseos ni se ajusta a corresponderse con nuestros méritos.

Por eso es preciso aceptar que pasó lo que pasó y soltar lo viejo.

La felicidad tiene que ver con admitir sin excepciones que no podemos cambiar el pasado, aunque ciertamente podemos cambiar la forma en la que interpretamos eso que pasó.

Aprendí que un ingredientes esencial de la búsqueda consciente o inconsciente de mi propia infelicidad era mi mania de actuar como si pudiera determinar lo que habria de suceder, en lugar de aceptar los impredecibles cambios de la vida.

Oscilaba entre el trabajo que me tomada por hacer que todo saliera como yo queria y la energia que gastaba tratando de determinar con precisión en qué había fallado para qué pasará lo que pasó. Lo hacía sin darme cuenta de que cuando luchamos contra lo que es, por ser como es, interrumpimos el libre fluir de los acontecimientos y evitamos que la situación pueda evolucionar hacia mejor.




(Del libro  "Seguir sin ti")