martes, 21 de agosto de 2012

Forzar o Fluir?


Para este año nos proponemos “no forzar”; como un criterio para vivir mejor sin “esforzarnos” tanto, tratando de acompañar el fluir natural de la vida.

¿Cómo nos damos cuenta que forzamos? Cuando estamos demasiado cansados por una situación, cuando nos sentimos frustrados o desilusionados, generalmente es porque no aceptamos “lo que es” y esperamos (las expectativas que tan malas jugadas nos hacen!) que “sea” otra cosa, lo que nosotros queremos o deseamos. Pero esto es algo que muchas veces cuesta registrar, sobre todo porque se mezcla el “deber ser” y el peso de nuestra cultura occidental que nos indica que con esfuerzo y tesón todo puede modificarse, ofreciéndonos una falsa ilusión de control.

Durante los siglos VI y IV A.C., Lao Tse nos legó el Tao Te Ching, texto fundamental de la filosofía china llamada Taoismo. Este libro propone la vuelta a la naturaleza, a la paz, considerando el caos que genera el exceso de razón, de pensamiento. Nada de fines ni de medios; nada de movimientos, sino quietud, crecimiento interior a partir de un sentido más profundo de la vida, de la conexión con el sentir y no tanto con el pensar.

Esta filosofía nos invita a confiar en las respuestas naturales, a abrirnos, a ser receptivos y conscientes de nuestras emociones. Lao Tse introdujo las ideas de no-ser, la no-acción y la no-violencia. El no-ser fue y sigue siendo un concepto revolucionario, especialmente para nuestra cultura occidental, donde el ser está vinculado al pensamiento (“Pienso luego existo”, decía Descartes) que sobrevalora el sacrificio y los resultados. Tendemos a confundir que con el esfuerzo (“persevera y triunfarás) y la voluntad (“querer es poder”) podemos conseguirlo todo.

Sin embargo, uno puede esforzarse en conseguir algo, pero no puede hacerlo para “ser” algo que no es. Cuántas veces le dijimos a nuestros hijos “no tengas miedo” o “no llores por esto” como si las emociones fueran algo que pueda ser controlado por la voluntad, las acciones sí, pero las emociones no.

Entonces... si bien a primera vista hay una dicotomía entre el “persevera y triunfarás” de occidente y el “no ser” o el fluir de oriente, se trata de una falsa contradicción porque mientras que el primero habla sobre la acción el segundo se refiere al sentir.

Esforzarnos en lo que hacemos puede llevar a que con el tiempo naturalmente cambiemos lo que somos y sentimos. Pero no podemos forzar la transformación de quiénes somos. La verdadera transformación es conocernos, saber qué sentimos, qué nos gusta y nos disgusta de nosotros mismos y aceptarnos de todas formas. Haciendo siempre este ejercicio en primera persona, hablando de "mis" miedos, "mis" deseos, "mis" expectativas y aceptando que son sólo nuestros. Léase: respetando la soberanía de los otros a ser como son, algo tan difícil de ejercitar con nuestros hijos.

Entonces, forzar …¿cuándo es suficiente?. Una tentativa de respuesta que queremos explorar es cuando estemos forzando situaciones, sentimientos, creencias para que ocurra tal o cual cosa según nuestro divino criterio. Para registrar cuándo forzamos hay que estar atentos a nuestro “sentir” y darnos cuenta del esfuerzo, del cansancio, de la angustia.

Podemos probar así orientarnos hacia lo simple, no forzado, hacia una influencia gentil en contraposición a la lucha. Esta propuesta para nada implica sustraerse del compromiso con la vida sino más bien una vía para alcanzar una existencia más armoniosa en comunión activa y conciente con LA FORMA EN QUE SON LAS COSAS. Ceder para acompañar más que para vencer, eliminar o corregir.

Estar atentos a la necesidad de vacilar un instante antes de rotular nuestra experiencia tan rápido. Evitar imponer UN significado a las cosas y así perdernos la oportunidad de aprender.

Si podemos permanecer allí, sin palabras, hasta que la experiencia misma haga nacer las palabras. Amigarnos con la inquietud, la ambivalencia y la incertidumbre.

Renunciar al control, el deseo de estar en lo correcto debe ceder paso a la aceptación, inclusión y confianza. Comprendemos mejor la naturaleza de las cosas si somos receptivos e ingenuos. El mejor ejemplo de este principio es la naturaleza, recordemos que por más mente que tengamos somos parte de ella.